De acuerdo con Monjas
(1999), las habilidades sociales son las "conductas o destrezas sociales
específicas requeridas para ejecutar competentemente una tarea de índole interpersonal.
Implica un conjunto de comportamientos adquiridos y aprendidos y no un rasgo de
personalidad. Son un conjunto de comportamientos interpersonales complejos que se ponen
en juego en la interacción con otras personas".
De esta definición podemos sacar
dos cosas:
- Se ponen en juego en la interacción con otras personas, y… ¿Qué hacemos nosotros que no tenga ninguna relación con nadie más? Casi nada. Somos seres sociales, y por tanto, tenemos la necesidad de relacionarnos con los demás, para sobrevivir y para ser felices. Por eso, necesitamos desarrollar las habilidades sociales, para tener unas relaciones sociales más sanas.
- Implica un conjunto de comportamientos adquiridos y aprendidos y no un rasgo de personalidad. Se entiende que hay personas que son más habilidosas que otras nada más nacer, pero nosotros, los padres, educadores… debemos enseñar a nuestros hijos, alumnos… esos comportamientos que les ayudarán a tener mejores relaciones, y mejor hacerlo desde pequeños, así será algo más natural y no tendrán tantas dificultades de mayores. Porque, como la propia definición dice, son comportamientos adquiridos y aprendidos.
¿Qué características pueden
presentar las personas con alta y baja habilidad social?
¿Qué podemos entender como
habilidades sociales?
- Empatía
- Asertividad
- Habilidades de comunicación: habilidades de escucha, cómo iniciar, mantener y finalizar una conversación…
- Hacer cumplidos
- Hacer y recibir quejas (críticas constructivas)
- Resolución de problemas
- Reconocimiento, expresión y autocontrol de las emociones
- …
Para finalizar hoy, me gustaría dejaros una pregunta
y una historia. Espero que os guste. ¿Existe relación
entre las habilidades sociales y la autoestima?
EL ÁGUILA EN EL CORRAL
Érase
una vez un granjero que mientras caminaba por el bosque, encontró un
aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral
donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse
como estos.
Un día, un naturalista que
pasaba por allí le preguntó al granjero.
- ¿Por qué éste águila, la reina de todas las aves y pájaros permanece
encerrada en el corral con los pollos?
El granjero contestó:
- Me la encontré malherida en el bosque y, como le he dado la misma
comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido
a volar. Se comporta como los pollos, y por tanto, ya no es un águila.
El naturalista dijo:
- El tuyo me parece un bello gesto, haberla recogido y curado. Además
le has dado la oportunidad de sobrevivir. Le has proporcionado la compañía y
el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y,
con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si la ponemos
en situación de hacerlo?
- No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese
hecho. Yo no se lo he impedido.
- Es verdad. Tú no se lo has impedido. Pero, como tú muy bien decías
antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y
si le enseñáramos a volar como las águilas?
- ¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no
es un águila. ¿Qué le vamos a hacer? Hay cosas que no se pueden cambiar.
- Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como los
pollos. Pero tengo la impresión de que te fijas demasiado en sus dificultades
para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en
sus posibilidades de volar?
- Tengo mis dudas porque ¿Qué es lo que cambia si en lugar de pensar
en las dificultades pensamos en las posibilidades?
- Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las
dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento
actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar, esto
nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen
efectivas?
- Es posible.
- ¿Qué te parece si probamos?
- Probemos.
Animado, el naturalista al día
siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo
llevó hasta una loma cercana. Le dijo:
- Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela.
Puedes hacerlo.
Estas
palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso al ver
desde la loma a los pollos comiendo. Se fue dando saltos a reunirse con
ellos, creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin desanimarse, al día
siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le
animó diciendo:
- Eres un águila. Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
El
aguilucho tuvo miedo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había
contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó de
una vez más hacia el corral.
Muy temprano al día siguiente
el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí le
animó diciendo:
- Eres un águila. Abre las alas y vuela.
El aguilucho miró fijamente
los ojos del naturalista. Éste, impresionado por aquella mirada, le dijo en
voz baja y suavemente:
- No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya
verás cómo vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar
con el viento y conocer otros corazones de águila. Además, estos días
pasados, cuando saltabas, pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas.
El
aguilucho miró a su alrededor, abajo hacia el corral, y arriba hacia el
cielo. Entonces el naturalista la levantó hacia el sol y la acarició
suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente con su grito
triunfante voló alejándose en el cielo. Había recuperado por fin sus
posibilidades.
Fuente: Costa, M. y López, E.;
Manual del
educador social
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